martes, 28 de agosto de 2012

¿Una lista de vinos debería educarle o meramente adularle?

NUEVA YORK – Imagínese en una primera visita a un restaurante nuevo. Pudiera ser francés, griego, español, incluso estadounidenses, especializado en la cocina de cualquier país con una industria vinícola muy diversa.
 
¿Una lista de vinos debería educarle o meramente adularle?
 
NUEVA YORK – Imagínese en una primera visita a un restaurante nuevo. Pudiera ser francés, griego, español, incluso estadounidenses, especializado en la cocina de cualquier país con una industria vinícola muy diversa.

Hace su selección de platillos, quizá pidiendo a un mesero que describa algunos para ayudarle a decidir. Luego mira la lista de vinos, docenas de opciones todas congruentes con la etnicidad de restaurante. Ninguna botella parece conocida. ¿Qué hace?

A) Cierra los ojos, apunta al azar una botella y la pide.

B) Levanta las manos con desesperación y pide una cerveza (suponiendo que reconozca alguna entre las opciones).

C) Pide consejo al sommelier o a un mesero familiarizado con la lista.

D) Despotrica contra los sommeliers pretenciosos que crean listas de vinos esotéricos bajo la premisa ingenua de que su misión es educar a los clientes. ¡Bobos!

Si usted es Steve Cuozzo, el crítico de restaurantes de The New York Post, eligió la opción D. en una columna reciente titulada “Uvas amargas”, Cuozzo criticó duramente a los restaurantes con listas de vinos que describió como “100 por ciento inescrutables”. Mencionó a un par de restaurantes griegos con listas que estaban casi totalmente en griego. (Sorpresa: No le interesan los vinos griegos.)
Reservó un desdén particular por toda la lista en francés de Reynard en Williambsburg, Brooklyn, donde, escribió, no reconoció una sola botella entre casi 200 opciones.

Por el contrario, citó la lista de vinos en Cafe Boulud como admirable por ofrecer, entre cientos de botellas muy costosas, una sección de unos 60 vinos de una docena de países, todos de menos de 60 dólares.

La diatriba de Cuozzo cayó como un insecto grueso en una copa de elegante vino blanco Irouleguy. Blogueros y lectores de costa a costa debatieron su postura, muchos denunciándolo por desconocimiento e ignorancia. Un bloguero, posiblemente con sinceridad, elogió a Cuozzo por expresar la opinión de aquellos que no están “bien empleados o bien educados”.

Independientemente, la diatriba de Cuozzo planteó interrogantes cruciales que van directamente al meollo de la identidad de un restaurante. ¿Los restaurantes están obligados a ofrecer algo para todos? ¿O tienen el derecho de permanecer inflexiblemente fieles a una visión que podrá sonar misteriosa a algunos?

Comúnmente, esta pregunta se hace respecto de la comida. La mayoría de los restaurantes, sin importar que pudiera ser una afrenta a la aptitud creativa de un chef, ofrecen algunos platillos seguros para los clientes menos aventureros, como bistec o salmón. Pero la mayoría tiene sus límites.

Muchos buenos restaurantes italianos se niegan, por ejemplo, a permitir que los clientes mezclen y combinen pastas y salsas, sin importar cuánto rueguen. David Chang aconseja a los vegetarianos no arriesgarse con sus menús centrados en cerdo y pato. Father’s Office, una taberna de Los Ángeles, es famosa por no permitir “sustituciones, modificaciones, alteraciones o supresiones” en sus hamburguesas. Eso incluye la cátsup.

Los restaurantes no pretenden molestar a la gente. Incluso el chef más orgulloso y más rígido quiere que uno comparta una visión, no que se vaya descontento. Aprecio a los restaurantes que no son complacientes en tanto tengan éxito en sus propios términos.

Lo mismo aplica para los vinos. ¿Un restaurante debe ofrecer botellas que incluso el comensal más tímido reconozca? ¿O una lista de vinos puede reflejar el mejor concepto de sí mismo de un restaurante, sin importar cuán poco convencional sea?

El mundo está dominado por lo común y el mercado masivo. La mayoría de los restaurantes, incluso en la Ciudad de Nueva York, conforman una visión dominante de la comida y el vino. Por esa sola razón deberíamos celebrar a los que se desvían, no sentirnos amenazados por ellos. Si un restaurante es tan poco ortodoxo que uno se siente incómodo, abundan las opciones más convencionales.

Incluso los restaurantes con listas de vinos que parecen ser esotéricas están, viéndolos más de cerca, atados a lo conocido. Roman’s, un hermano estilo italiano de Reynard en Fort Greene, Brooklyn, ofrece una lista con muchas opciones italianas inusuales.

Usted puede ordenar un vino rosado de Frank Cornelissen, que produce vinos en el Monte Etna en Sicilia, que podría asombrarlo. También podría complacerlo. Es polarizador. Si parece riesgoso, un rosado de nebbiolo de Burlotto en Piamonte podría ser lo que busca. De ninguna manera es un vino ordinario pero no es poco reconocible.

Toda la lista es así. Muy probablemente no encontrará alguno de los vinos en un supermercado, pero tiene muchas mejores versiones de esos vinos de supermercados, incluso si son de productores poco conocidos.

La lista fue elaborada por Lee Campbell, que también hizo la lista francesa en Reynard. Ella ha trabajado en toda la industria vinícola, en ventas minoristas y para importadores, sirviendo vino en East Hampton y en Harlem. Es la última persona que buscaría denigrar a los clientes y ciertamente no está “de fiesta, haciendo un programa de televisión o de otro modo desaparecida” como lo expresó Cuozzo, al discutir a los sommeliers ausentes en sus comentarios en un blog.

“Siempre voy a tratar de dar a conocer a la gente vinos misteriosos con un buen valor”, dijo Campbell. “Para ser justa, tenemos una demografía aventurera”.

Demandar vinos comunes en un restaurante con un ambiente de nueva ola en Brooklyn es como expresar consternación porque la mesera tenga un tatuaje. ¿Un restaurante griego en Yorkville debería ofrecer un blanco sauvignon de Burdeos o Napa? Con una condición, en mi opinión: si el director de vinos creyera que estos vinos expresan el espíritu del restaurante; no porque fueran reconocibles para el cliente común. No tengo problemas con una lista totalmente en griego en un restaurante griego, en tanto alguien pueda responder a mis preguntas de manera inteligente.

Incluso la lista en Reynard es más conocida de lo que podría parecer al principio. Tiene Champaña y Muscadet, Vouvray y Chablis, Burgundy y Beaujolais tintos. ¿Estos vinos realmente son misteriosos? No son Bordeaux, sin embargo, lo cual quizá sea la verdadera objeción de Cuozzo.

Planteó un buen argumento. Los restaurantes con una lista de vinos poco conocidos deben poder discutir y explicar la lista en términos sencillos. Él piensa que esos restaurantes son raros, pero en mi experiencia el servicio de vinos ha mejorado exponencialmente en los últimos 20 años. La mayoría de los restaurantes que ofrecen listas poco convencionales lo hacen porque aman los vinos y aman hablar sobre ellos, en ocasiones demasiado.

El punto crucial para los clientes es sentirse libres de preguntar e insistir en respuestas sencillas si la respuesta parece rayar en casi una conferencia técnica. No son sólo los vinos de lugares misteriosos los que pueden causar incertidumbre. Incluso las listas totalmente estadounidenses pueden ser intrigantes. Me encanta la lista estadounidense en Buttermilk Channel en Carroll Gardens, Brooklyn. Sin embargo, si usted ordenara un Prince in His Caves 2009 de Scholium Project esperando un blanco sauvignon californiano típico, se asombraría por el vino turbio y de tinte naranja en la copa.
Muchas personas odiarían ese vino por su apariencia, y eso es grandioso. No me enloquece, pero prefiero por mucho un mundo y una lista que acepten al Scholium Project. El enemigo no son los vinos misteriosos o las listas desafiantes. Es el temor al vino.

Lee Campbell, the wine director at Roman's, introduces and pours a bottle of Valpolicella, an Italian blend, for customers in New York, July 31, 2012. Roman's offers a list with many Italian choices of wine. (Julie Glassberg/The New York Times)

Por Eric Asimov, The New York Times News Service/Syndicate, Última actualización: 21/08/2012
The New York Times

 

En la órbita del Sancerre

NUEVA YORK – Todos conocen el Sancerre. Ese es un problema entre algunos vanguardistas del vino, para quienes la familiaridad engendra desdén.
 
 
En la órbita del Sancerre
 
 
NUEVA YORK – Todos conocen el Sancerre. Ese es un problema entre algunos vanguardistas del vino, para quienes la familiaridad engendra desdén. He escuchado cómo se desprecia al Sancerre como una especie de producto casero, que indica timidez en un mundo exclusivista que evalúa la personalidad y el estatus por medio de la selección de una bebida.

¿Por qué el vino debería ser diferente? Otros objetos de consumo (el teléfono que uno porta, el auto que conduce, los zapatos que usa) connotan información importante sobre el carácter personal. ¿El vino también debería hacerlo?

Estoy totalmente en contra del juego de las connotaciones.

Sin duda el Sancerre a menudo es pedido por pereza distraída, de la misma manera en que muchas personas piden una copa de chardonnay. Pero quiero juzgar al vino por lo que es, no por lo que podría representar. Según ese estándar, el Sancerre – el buen Sancerre – ofrece una de las expresiones más puras, más complejas y más deliciosa de la uva sauvignon blanc en el planeta. Me encanta.

Sin embargo, no siempre me encanta pagar los precios del Sancerre. En los últimos 20 años, conforme ha aumentado la cultura de la viticultura y la vinicultura en el Valle del Loira, también lo han hecho los precios. Lo que era un vino de bistro poco costoso ahora generalmente cuesta mínimo 25 dólares por un cuvée básico de un buen productor, y a menudo de 10 a 15 dólares más.

Una solución excelente es comprar satélites del Sancerre, denominaciones dentro de la órbita de Sancerre que también producen vinos sauvignon blanc. Esto significa principalmente Pouilly-Fume, bien conocida por su propio derecho, pero también las denominaciones del Loira más pequeñas de Menetou-Salon, Quincy y Reuilly.

El Pouilly-Fume en particular puede ser tan picante y refrescante como un buen Sancerre, y en el mejor de los casos puede exhibir una mineralidad similarmente deslumbrante que testifique la feliz combinación de la sauvignon blanc con suelos de creta, sílex y caliza. Y con una notable excepción superestelar, generalmente son al menos unos cuantos dólares más baratos. Las otras denominaciones, aunque quizá no tan exaltadas como Pouilly-Fume, también pueden ser fuentes excelentes de vinos deliciosos.

El panel del vino probó recientemente 20 botellas de satélites de Sancerre. Para la cata, a Florence Fabricant y yo se nos unieron Jordan Salcito, el director de vinos del Crown en Upper East Side, quien pronto renunciará para unirse a un nuevo proyecto de restaurante, y Andre Compeyre, el director de vinos en Benoit en Midtown.

Todos nos sentimos altamente complacidos por los vinos. En vez de exhibir los picantes sabores frutales más típicos en los sauvignon blancs de Nueva Zelandia, estos eran vinos sutiles y matizados con un énfasis en sabores cítricos, herbales y minerales. Encontramos un par de atípicos llamativos, pero esto se debió en su mayor parte a variaciones de cosecha.

Catorce de las botellas provinieron de Pouilly-Fume, al este de Sancerre en el lado opuesto del Loira, con dos de Menetou-Salon, justo al oeste de Sancerre, y dos de Quincy y Reuilly, ambos un poco más al suroeste. De estos, 13 botellas provinieron de la excelente cosecha de 2010; cuatro fueron de 2011, un año inconsistente, y tres de la muy madura cosecha de 2009.

Déjenme tomarme un momento para un recordatorio de servicio público: Los buenos vinos cambian con el tiempo; las catas a ciegas como ésta son instantáneas, registrando las impresiones rápidas en un momento en particular de su evolución. Son menos útiles para hacer declaraciones amplias sobre productores y sus vinos en comparación con otros.

Por ejemplo, nuestra botella No. 1 fue el fragante y chispeante Cuvee le Charnay Menetou-Salon 2010 de Jean-Max Roger. Me encantaría beber este vino esta noche. ¿Pero eso significa que Jean-Max Roger es el mejor productor entre los 20 que probamos, o que Menetou-Salon es la mejor de estas denominaciones?

No, eso sería apostar demasiado a una sola cata, cuando años de beber vinos de otros productores y denominaciones en la región sugieren otra cosa. ¿Qué puede concluirse de manera razonable? Jean-Max Roger es un productor muy bueno, al cual vale la pena seguir, y su Menetou-Salon 2010 es fresco y chispeante.

Por el contrario, nuestra botella No. 5 fue el Didier Dagueneau Blanc Fume de Pouilly 2009, la cuvée básica de una bodega ampliamente considerada como uno de los más grandes productores de sauvignon blanc del mundo. Desde que Dagueneau murió en un accidente de aviación en 2008, los vinos los hace su hijo Louis-Benjamin Dagueneau, que ha continuado muy bien el trabajo de su padre.

Esta botella tuvo algo de las características distintivas de la grandeza Dagueneau – riqueza, densidad, complejidad y textura – pero careció del sentido usual de precisión y enfoque, lo cual muy probablemente refleja la cosecha 2009.

En el contexto de esta cata, preferimos al Roger y otras tres botellas al Dagueneau. Pero yo no concluiría que esos otros productores hacen vinos mejores o más evocadores que Dagueneau; sólo que el 2009 no mostró a Dagueneau en la cúspide de su brillantez. Como podrían suponer, no soy fanático de los 2009 en general, a los cuales encuentro grandes, frutales y carentes de la sutileza y equilibrio de los 2010.

Dicho sea de paso, el Dagueneau fue por mucho la botella más costosa en la cata en 90 dólares. (La he visto con precios que oscilan entre 65 y 100 dólares.) Ya que todas las otras botellas en nuestra lista eran de entre 17 y 24 dólares, esto testifica el respeto que Dagueneau tiene y los precios que sus admiradores están dispuestos a pagar.

Aunque el Dagueneau es para ocasiones especiales, abundan las opciones diarias excelentes, como el Pouilly-Fume 2010 de Michel Redde por 24 dólares, fresco, estructurado y vivaz, y el Pouilly-Fume 2011 de Cedrick Bardin, chispeante y persistente con una especie de acritud limitada.

Me impresionó particularmente el Pouilly-Fume 2011 de Jonathan Pabiot, un productor prometedor cuyos vinos no había probado antes. Este vino, que dividió al panel, parecía tan transparente que trascendió las características de la uva a favor del terroir. Si uno no tuviera idea de lo que contenía la copa, pensaría incluso que era un Chablis, donde el suelo es similar.

Al final, la proporción de las denominaciones en nuestros 10 favoritos reflejó a la cata con precisión, con siete Pouilly-Fumes y uno de Menetou-Salon, uno de Reuilly y uno de Quincy. Como el Dagueneau, el Domaine de Reuilly Les Pierres Plates 2009 mostró la madurez de la cosecha, aunque los picantes sabores cítricos y herbales fueron contenidos por una latente mineralidad. El Quincy 2010 provino de Domaine Mardon, uno de los productores más confiables en esta pequeña denominación.

Lo que destacó en la cata fue la vitalidad de los vinos y la región, el Reino del Sauvignon Blanc, como le llama Jacqueline Friedrich en el Volumen 1 de su excelente libro reciente, “Earthly Delights From the Garden of France” (Delicias terrenales del jardín de Francia).

No importa cuán bien piense que sabe de vinos, estos hacen que valga la pena que sepa más.

Por Eric Asimov, The New York Times News Service/Syndicate, Última actualización: 27/08/2012
The New York Times